P. Giovenale Dotta - 30 aprile 2009 esp

 

EL CARISMA DE MURIALDO

A SERVICIO DE LOS JÓVENES POBRES

(de San Leonardo a nuestros días)

 

 

 

Introducción

 

Quien conoce San Leonardo Murialdo sabe que él fue capaz de leer la historia, también aquella de su tiempo, como el lugar de la presencia de Dios, que actúa en el hoy y pide que también nosotros reconocemos el rostro de Cristo en el hermano, con una respuesta de servicio y dedicación que sepa proponer intervenciones aptas a las necesidades de los tiempos. El descubrimiento del amor de Dios y el deseo de responderle se solucionaron para él en la búsqueda y en el cumplimiento de la Voluntad de Dios, como aparece, entre otros, en un texto a él tan querido  (La vida de fe). Espiritualidad y apostolado encontraban en tal modo su unidad: la lectura de los signos de los tiempos, la mirada a la situación, la pobreza material y moral de muchos jóvenes fueron por él la voz y la llamada, la guía que él dócilmente siguió en hacerse santo y trabajar para salvar y llevar a la santidad a los jóvenes a él confiados.

Esta actitud de fondo típicamente suya, dejarse conducir de la Voluntad de Dios, condujo pues los pasos de la vida apostólica de Murialdo, desde los principios, entre los chicos de los primeros oratorios de Turín, y luego entre aquellos aún más pobres del Colegio de los Artesanitos.

La Congregación de San José por él fundada, y las otras realidades de la Familia del Murialdo nacidas sucesivamente, buscan continuar su camino y de continuar su empeño.

Recorramos pues también el hilo de la historia, para conocer mejor el carisma del Murialdo hacia los jóvenes pobres, desde sus tiempos a nuestros días.

 

           

1.      Oratorios, patronatos, centros juveniles:

       un "lugar educativo" que no envejece

 

San Leonardo Murialdo dedicó la mayor parte de su tiempo y sus energías a los chicos pobres y abandonados, dentro de algunas instituciones (Colegio Artesanitos, colonia agrícola de Rivoli...) que acogían y hospedaban a los chicos proveyéndoles la comida, el alojamiento, el vestido, la preparación al trabajo, la formación humana y cristiana y sobre todo el cariño del que a menudo habían sido privados. Pero cuando se trató de iniciar actividades completamente nuevas, para confiar a su congregación, él privilegió el oratorio. Excluyendo aquellos sólo aceptados temporalmente, por un período de prueba, las obras abiertas por el Murialdo entre 1873 (fundación de la congregación) y 1900 (año de la muerte del santo) son trece. Más de la mitad, precisamente ocho, son oratorios o patronatos, como se les decía en el Véneto: Rivoli, Venecia, Oderzo (que se transformará en colegio-escuela), Vicenza, Bassano, Rovereto (que era también orfanato), Correggio (que también era internado) y Carpi.

El oratorio era un tipo de actividad particularmente querida por el corazón de Murialdo: en los primeros oratorios turineses él empezó su sacerdocio y vio que aquella era el camino para encontrar a muchos chicos que de otro modo no habrían tenido otras posibilidades para procurarse una formación religiosa, para aprender a leer, a escribir, a contar, para transcurrir de modo sano, divertido y educativo su tiempo libre. "Rezar, aprender, jugar: he aquí el oratorio": esta frase resume la pedagogía oratoriana del Murialdo y los Josefinos(Escritos, XI, pp. 33, 87, 112; XIII, pp. 228, 230, 289).

Además el oratorio acogía predominantemente a chicos y jóvenes de las clases sociales populares, a menudo también pobres, y por tanto se colocaba en el centro del carisma apostólico murialdino y josefino. Por otra parte era una obra económicamente más "ligera" con respecto de los orfanatos y a los colegios, porque no tenía que hacerse cargo de la comida, del vestido, del alojamiento y de una verdadera preparación profesional de los chicos. Por este y otros motivos todavía, los oratorios, los patronatos, los centros juveniles son un "lugar educativo" que no pasa de moda en la actividad de los Josefinos. Se podría nombrar algunos entre los principales oratorios josefinos, indicando las fechas de abertura, desde el 1900 en adelante: Spresiano y Padua (1902), Roma (1904- en calle Campani), Thiene (1913), Turín (1928 cerca de la parroquia de la Salud), Lucera (1930), Viterbo (1946), Santiago (1947), Roma (1958 - cerca de la Basílica de San Paolo), San Giuseppe Vesuviano (1986), Sigüenza (en España, 1994), Fier (en Albania, 1998), Popesti-Leordeni (en Rumania, 2000), Madrid (2001). 

Pero esta lista no es completa: haría falta añadir muchos oratorios y centros juveniles que acercan y completan la actividad de las parroquias josefinas. Aquí se han querido indicar algunos centros que fueron o que son solo, o predominantemente, de carácter oratoriano. Hacen obra de educación y casi siempre también de prevención, como dejó entender el Murialdo, contando de haber testimoniado al famoso "proceso de los chicos" que se tuvo a Turín en el 1885: en el banco de los acusados habían una veintena de jóvenes de los 12 a los 18 años, todos miembros a una banda entregada al robo y a la violencia. Un bombero, también él testigo al proceso, le expresó al Murialdo su maravilla para los acusados, "así jóvenes y así perversos". Él de pequeño frecuentaba el oratorio, dónde había incluso escuela, misa, oración, juego y no se le habría ocurrido nunca “ir a robar o hacer travesuras", Escritos, XIII, pp. 226-227.

 

 

2. Una respuesta de amor: el colegio

 

La Congregación de San José nació ante todo dentro del Colegio Artesanitos de Turín para asegurar un válido y estable grupo de educadores para los chicos que allí eran acogidos. Muchos fueron huérfanos de uno o de ambos los padres, muchos tuvieron una familia que por la pobreza o por otras graves dificultades no era capaz de seguirlos. El colegio acogió a 180-200 jóvenes, pero las solicitudes de admisión fueron muchas de más, también es necesario tener cuenta el hecho que los chicos llamaban a las puertas de varios institutos y se metían en lista de espera, en vista de poder entrar en alguno de ellos.

Por los años 1874-1884 el registro de las pedidos de admisión al Colegio Artesanitos recuerdan los nombres de más de 1700 chicos. A menudo hay también noticias sobre los padres y sobre la familia, breves frases que condensan historias de miseria y abandono: "el padre está ausente; borracho"; “la madre paralítica desde hace ocho años"; "la madre viuda, alquila una granja, con siete hijos"; "el padre se ha ido; no se tienen noticias"; "el padre se suicidó después de haber matado a la mujer"; "sólo al mundo y abandonado"; "el padre murió en América, la madre huyó de casa y de nueve meses no se sabe dónde está." 

La pobreza y el abandono de aquellos chicos se repetían en otros lugares y bajo otros cielos, no sólo entonces, sino también en las décadas siguientes. Por ejemplo a Bérgamo, dónde en el 1904 los Josefinos asumieron la dirección del Orfanato de varones. A Foggia, dónde en el 1928 encontraron un instituto con unos sesenta huérfanos, pero sin un patio para jugar: para no chocar la administración que les confió la casa, los hermanos maquinaron la táctica de desmantelar poco por vez el jardín interior (una planta hoy, un cantero mañana... sin llamar la atención) con tal que crear un espacio de juego para los chicos (Ambrosio, 1986, p. 55).

En el 1932 los Josefinos asumieron otro instituto para chicos abandonados, el Camerini Rossi de Padua. Apenas entrados, ellos trataron "de enseñarles a los jóvenes con una dulce firmeza, cariño sincero e interés operativo por su bienestar material moral". Se mejoraron la comida y el vestido, fue consolidada la disciplina, cuidada principalmente la formación intelectual con el inicio del apoyo escolar (Cronistoria, I, p. 168). El año siguiente se aceptó otra casa para huérfanos, el "Tata Giovanni" de Roma. Se decía, entonces, que la obra era "muy conforme al programa de nuestra congregación", aunque no se escondieron las preocupaciones por el hecho que los chicos frecuentaron las escuelas externas o los talleres de la ciudad, con el peligro de dañinos influjos sobre la educación que se trataba de impartir (Cronistoria, I, pp. 174-175).

Institutos más o menos parecidos fueron abiertos en Viterbo (1936) y, en la segunda posguerra, en Arcugnano (1947), Mirano (1952), Enego (1953), Cefalù (1955), Montecatini (1961) y naturalmente también más allá de los confines italianos: Babahoyo (Ecuador, 1931); Villa Nueva (Argentina, 1939); Pelotas y Caxias do Sul (Brasil, 1947). Obras que permitían a miles de chicos transcurrir una adolescencia serena, estudiar y prepararse de modo válido y eficaz a la vida adulta, a pesar de sus desfavorecidas condiciones de partida.

 

 

3. De las escuelas de artes y oficios a los centros de formación profesional

 

La Congregación de San José nació dentro de un colegio que también era una escuela de artes y oficios: hubieron zapateros, herreros, carpinteros, encuadernadores de libros, sastres, escultores, tipógrafos, torneros de hierro. En una carta del 1871 Murialdo afirmó que sus chicos, todos huérfanos o abandonados, si no hubieran tenido donde "un hogar donde aprender una profesión y recibir una educación civil e intelectual, religiosa" habrían ido demasiado fácilmente "a poblar las prisiones" (Ep.I, 326).  Él estuvo convencido que la instrucción, la educación religiosa y moral no pudieran prescindir de la educación profesional: sólo un honesto trabajo habría garantizado el futuro de sus jóvenes: "Vosotros estáis en este instituto: 1°, para ser educados cristianamente; 2°, para aprender una profesión con que ganarse el pan para toda la vida; ya que, como dice el refrán, "quién tiene el arte, tiene la parte", es decir tiene su porción de herencia, tiene su parte necesaria para vivir. Y aún más, quién tiene el arte, es decir posee bien un oficio, tiene una gran ayuda para vivir honestamente, más bien, cristianamente" (Escritos, X, p. 258). Por esto, junto a otros educadores del ochocientos, él resumió su programa afirmando que deseaba que sus chicos se convirtieran en "honestos ciudadanos, laboriosos y valiosos operarios, sinceros y virtuosos cristianos" (Escritos, X, p. 119).

El empeño en las escuelas de artes y profesiones continuó también sucesivamente en Italia y al extranjero. Señalo alguna fundación, a partir de la segunda posguerra: tipografía, carpintería y mecánica en Villa Nueva de Guaymallén (Argentina, 1951); centro de adiestramiento profesional en Mirano y en Roma (1952), en Thiene (1953), en Cefalù (1956), en Viterbo (1958), en Rossano Calabro (1965), en Rio de Janeiro (1969), en Ahuano y en Guayaquil (Ecuador, 1971 y 1973), en Londrina (Brasil,1976).

Mientras tanto en Italia las escuelas de artes y oficios y aquellas de preparación al trabajo cambiaron nombre y se convirtieron en centros de formación profesional, con una fórmula y una organización que los Josefinos también actuaron en otras naciones, naturalmente adaptándose a la legislación y a las exigencias de los diversos lugares. Surgieron pues numerosos centros de formación profesional, nuevos o fruto de la transformación de realidades preexistentes: Nichelino (1979), Acquedolci y Pinerolo (1981), Cesena (1982), Rávenna (1985), Bula (Guinea Bissau, 1986), Valparaiso (Chile, 1988), Kissy (Sierra Leona, 1991), Ciudad de México (1992), Bérgamo (1993), Bissau (Guinea Bissau, 1994), Fier (Albania, 1996), Quito (Ecuador, 1996), Porto Alegre (Brasil, 1998), Getafe (España, 1999), Azuqueca de Henares (España, 2000),... Un discurso aparte merecerían los institutos técnicos y técnico-comerciales.

El mundo de la formación profesional está en continua y rápida evolución y es difícil seguir sus transformaciones. Las Líneas de pastoral josefina (n. 4.2.3) empeñan a los hermanos y los colaboradores "a desarrollar un pastoral con los jóvenes trabajadores privilegiando en la preparación profesional aquellos de más baja escolarización, también promoviendo formas de inserción laboral (escuela-taller...) y de iniciación al trabajo (cooperativas, talleres artesanales…)”. Como josefinos tenemos el desafío de conjugar la formación para el trabajo y a la cercanía a las fajas juveniles más débiles y mayormente expuestas a los riesgos de la marginación y la desviación; a tener junto la atención a los jóvenes y a las exigencias del mercado del trabajo, a menudo interesado a la recualificación de los obreros adultos; a seguir el paso de la innovación tecnológica, del planeamiento, de las evaluaciones, de los procedimientos burocráticos, de los controles de calidad... sin olvidar la formación religiosa, que es el objetivo primario de nuestra acción.

 

 

4. Las colonias agrícolas

 

En el ochocientos las colonias agrícolas fueron en la mayoría de los casos simplemente orfanatos y los colegios para chicos pobres. Significaban gastos menores con respecto al de los institutos situados en la ciudad y ofrecían la posibilidad de enseñarles a los chicos los más elementales trabajos agrícolas. A menudo, sin embargo, los jóvenes no estaban atraídos por el trabajo agrícola y además era la ciudad, más que el campo, la que presentaba las mayores posibilidades de trabajo. Por otra parte, la ideología del trabajo como fuente de virtud y como medio de redención y prevención, si bien era válida en sí, transformaba no raramente las colonias agrícolas en institutos correccionales que cubrían las lagunas de la insuficiente red de correccionales estatales.

A pesar de esto, algunas congregaciones religiosas también actuaron en el campo de la formación agrícola: por ejemplo recordamos los Somaschi, los Hermanos de la Misericordia, los Benedictinos, los Josefinos, los Salesianos, los religiosos de don Giovanni Piamarta, los Orionistas y los Guanellianos. Para todos ellos, sin embargo, se trató de un campo de apostolado que no empeñó si no un número muy limitado de hermanos y casas.

Los Josefinos se encontraron a trabajar en la colonia agrícola de Bruere, cerca de Rivoli (TO), fundada por San Leonardo Murialdo en el 1878. Por varias décadas aquella institución, óptimamente encaminada por el nieto de Murialdo, Carlos Peretti, constituyó un modelo para otras escuelas parecidas que fueron fundadas o reorganizadas por entes civiles y congregaciones religiosas en Italia. Una figura de relieve, para la colonia de Rivoli, fue el hermano laico josefino Guido Blotto (1867-1916), agrónomo y profesor de química agraria que tuvo no sólo un papel importante por el desarrollo de la casa en que trabajó, sino también en el entero movimiento agrario piamontés. Con el tiempo, sin embargo, Bruere perdió su primitiva identidad y después de la segunda guerra mundial se transformó en formación obrera industrial y luego, en últimos años, en escuela básica legalmente reconocida, mientras los terrenos todavía vinieron labrados, pero a nivel de empresa y no más con finalidad de formación profesional.

La congregación intentó luego otros experimentos parecidos, no todos con resultado feliz. Aquel de Rio Saliceto, cerca de Correggio (RE), iniciado en el 1900, se concluye ya al año siguiente. Más prolongada fue la presencia a Castel Cerreto, cerca de Treviglio (BG). Aquí los hermanos entraron al final del 1902 y a enero de 1903 empezó a acoger a algunos chicos del orfanato de Bérgamo, hasta el 1917, cuando los huérfanos fueron trasladados a la nueva sede del Orfanato Masculino, a los pies de las colinas de Bérgamo Alto.

En el 1904 los Josefinos entraron a Libia, a Bengasi: también aquí se abrió un orfanato, con escuelas profesionales y colonia agrícola, hasta el 1922. La misión del Brasil, iniciada en el 1915 con la parroquia de Quinta, en el estado de Rio Grande do Sul, se extendió a abarcando una escuela de agricultura, en la misma localidad, también ella operativa hasta el 1922.

En el 1915 los Josefinos aceptaron la dirección de la colonia agrícola de la Bufalotta, cerca de Roma: allí se trasladó, si bien de modo no definitivo, aquel Guido Blotto que estaba dando una buena prueba de sí en Piamonte y que justamente en la Bufalotta morirá prematuramente de pulmonía el 31 de mayo de 1916. En la Bufalotta los Josefinos se quedaron hasta el 1952. Otros institutos agrícolas, más o menos duraderos, fueron asumidos a Sezze Romano (1926), S. Stefano Belbo (1929), Vascon (1931), Tripoli, en Libia (1933), Morrison, en Argentina (1940), Pinerolo (1940), Ana Rech, en Brasil (1942), Segezia (1947) y Archidona, en Ecuador (1968). Se trata de presencias ya abandonadas o completamente transformadas, aunque algún interés de los Josefinos por el mundo agrícola queda  través de los cursos de agricultura de los centros de formación profesional existentes en Sierra Leona y Guinea Bissau, acompañados por otras iniciativas paralelas como los cultivos destinados a sustentar la vida de las misiones, el apoyo a las actividades empresariales de los campesinos (horticultura, apicultura...), la fundación de cooperativas agrícolas y la construcción de centenares de pozos.

 

 

5. De las escuelas elementales a los bachilleratos

 

"Abrir una escuela es cerrar una prisión". Esta frase aparece muchas veces bajo la pluma del Murialdo (Escritos, XI, pp. 27; 33; 88; 103). El publicidad de su tiempo la atribuía a Víctor Hugo, el que la habría escrito o pronunciado según la siguiente forma: "Cada escuela que se abre cierra una prisión" ("La Voz del Obrero", n. 13 del 29 de marzo de 1914, pp. 1-2).  Ella sobrentiende la idea que la instrucción eleva la mente y el corazón y previene el crimen, haciendo así inútiles las prisiones. Pero cada vez que la pronunció, San Leonardo también recordó que la sola instrucción, sin la educación religiosa, que es también educación del corazón, es decir de toda la persona, no es suficiente a salvar los jóvenes del vicio y de la ilegalidad.

Las escuelas de las que Murialdo se ocupó eran aquellas de nivel elemental activadas en los oratorios, en los patronatos, en los internados para chicos pobres y abandonados. También eran aquellas de carácter profesional del Colegio Artesanitos, del correccional de Bosco Marengo, de la colonia agrícola de Rivoli. Pero cuando la congregación de los Josefinos abrió un patronato, es decir un oratorio a Oderzo, en Véneto (1889), le fue pedido casi enseguida que se ocupara también de un colegio-escuela para chicos de la clase social baja. Se discutió en el Consejo Superior (el Consejo General de entonces) el por qué "aceptar escuelas superiores" ya que parecía una cosa contraria al espíritu de la "congregación" (verbal del 29 de abril de 1892). Al fin se consintió, por las presiones del obispo del lugar, para no hacer faltar la oportunidad de una escuela católica en aquella zona y porque el colegio estaba, en todo caso, al lado de una actividad eminentemente popular, el oratorio. 

Desde entonces el apostolado en la escuela, también la superior, ha entrado de derecho entre las ocupaciones de los Josefinos. Las Constituciones del 1904 indicaban los diversos campos de su actividad y hablaban de la «instrucción en las letras y en las artes a dar a los jovencitos y a los adolescentes en los colegios, en las escuelas, en los talleres, en las colonias agrícolas, en los orfanatos y en otras obras piadosas parecidas según lo solicitarán las circunstancias de los lugares y los tiempos" (art. 3).

He aquí entonces el surgir de los colegios y las escuelas, algunos también para chicos "de buena condición", como se decía en un tiempo: Módena (1899), Rivoli (1919), Albano Laziale (1923), Santa Margherita Ligure (1932). Pero estas son sólo algunas de las comunidades, entre todas las que se podría enumerar. Y luego están las escuelas abiertas en los países del Sudamérica, en la convicción que la formación religiosa no puede ser separada de la instrucción y del crecimiento cultural. He aquí entonces, siempre limitándonos a algunos ejemplos, las escuelas en Ecuador (Ambato, 1923; Archidona, 1927; Salinas, 1947; Tena, 1948; Quito y Guayaquil, 1950...), en Brasil (Ana Rech, 1929; Araranguà, 1955; Porto Alegre, 1961...), en Argentina (Villa Bosch, 1944; Buenos Aires, 1948; Mendoza, 1953; Rosario del Frontera, 2005, en Chile (Santiago, 1948; Requínoa, 1950; Valparaíso, 1962...), en España (Sigüenza, 1961; Orduña, 1965), en Sierra Leona (Lunsar, 1979).

A diferencia de otras naciones, en Italia es más difícil tener en vida las escuelas josefinas, a causa de la discriminación económica que golpea las escuelas católicas. A pesar de esto, las escuelas ofrecen una buena posibilidad de evangelización: en ellas es posible encontrar muchos chicos y jóvenes, se puede interactuar con ellos durante todo el día, también con actividades de animación extraescolar, se colabora con muchos laicos, hombres y mujeres, que pueden ser verdaderos educadores según el carisma del Murialdo.

 

 

6. Las palabras del Murialdo: "pobres y abandonados..."

 

El texto más conocido del Murialdo sobre los jóvenes pobres es el que contiene las famosas palabras "Pobres y abandonados: he aquí los dos requisitos que constituyen a un joven como uno de los nuestros..." (Escritos, V, p. 6).

Fue compuesto para una conferencia a los maestro-adjuntos del Colegio Artesanitos, en 1869, y luego fue de nuevo propuesto a ellos en 1872.

Esta expresión debe ser comprendida, en su origen, como dirigida a explicar cuáles eran los chicos acogidos por la asociación de Caridad y en particular los del colegio. Confluyó en el Reglamento de la Congregación de San José del 1873, entrando así en el carisma josefino y, con el tiempo, en el de la Familia de Murialdo, realidad más extensa, nacida de a poco, bastantes décadas después.

"Pobres y abandonados: he aquí los dos requisitos que constituyen a un joven como uno de los nuestros, y cuanto más pobre y abandonado es, tanto más es uno de los nuestros. La calidad de huérfano, aunque enunciada en el sello del Colegio, no se señala en el decreto de aprobación de la obra y de hecho [sic] no es necesaria para la admisión [sic].

¡Pobres y abandonados! ¡Cuánto [es] bonita la misión de atender a la educación de los pobres! ¡Y como más linda todavía, aquella de buscar, de ayudar, de educar, de salvar para el tiempo y la eternidad a los pobres abandonados!

Abandonados [sic] en el aspecto moral, si no en el material.

[...] Nuestros jóvenes son pobres, son niños e incluso, añadimos, a veces son cualquier otra cosa menos que inocentes.

¿Pero será esta última característica, aunque en sí misma por cierto no grata, que deba [sic] quizás hacer a nuestros jóvenes menos amados? o, se me permita la expresión, menos interesantes?

Quizás nosotros olvidamos a veces esta condición de los jóvenes a cuyo bien queremos consagrar nuestra vida. No bien un joven se muestra de índole malvada, o también perversa, de carácter indisciplinado y poco disciplinable, reacio a la educación, altanero, terco, y estacionario en el mal o procediendo de mal en peor, de inmediato nos hastiamos, nos desanimamos, y desearíamos sin más que aquel pobrecito nos sacara toda molestia yéndose lejos él y sus vicios.

Qué un joven en torno al cual haya resultado vana toda fatiga, con tal que realmente se haya realizado toda posible fatiga con él; un joven que además de no mejorar no da esperanza alguna de mejoría; un joven que, sobre todo, arruine y corrompa a compañeros inocentes; que un tal joven tenga a ser excluido del grupo de los otros, quién querrá negarlo?

[...] Pero no debemos, sin embargo, cansarnos, desanimarnos, desesperarnos demasiado fácilmente. No debemos olvidar que recogiendo abandonados tenemos que esperarnos de encontrar jóvenes que tengan toda la ignorancia, la agresividad, todos los vicios que nacen de un estado de abandono.

¿Si se tratara incluso de jóvenes miembros de familias civiles y cristianas, no deberíamos maravillarnos de encontrar defectos y también vicios en los niños; ya que si ya fueran perfectos, para qué educarlos? Y los parientes no nos entregarían quizás sus hijos para educar, como se da a veces una tierra inculta, dura, árida a cultivar, trabajar, desbastar, a desarraigar de ella las malas hierbas, antes de sembrar allí la buen semilla.

Entonces... ¿qué tendremos que esperar nosotros que acogemos a niños recogidos de la calle, o a veces que salen de manos de parientes groseros o escandalosos?

[...] Su miseria moral nos debe conmover más que la material: y en lugar de indignarnos, o de perder demasiado pronto la paciencia y la esperanza, ello nos debe animar a trabajar con valor y llenos de conmiseración con estos pobre chicos, en verdad no raramente más infelices que culpables, y tal cuál probablemente seríamos nosotros, si como ellos hubiéramos sido abandonados" (S. Leonardo Murialdo, Escritos, V, pp. 6-8).

 

 

7.- La atención a los signos de los tiempos

 

Esta frase se ha puesto famosa después del Concilio Vaticano II. Y es claro que ella no se puede encontrarse en el Murialdo. Pero la actitud que ella expresa fue ciertamente una de sus características: saber ver las situaciones vivía como llamadas de Dios, como exhortaciones al empeño en el servicio a los jóvenes.

En una intervención suya al congreso católico piamontés del 1880, él invitó los oyentes a "dirigir" la mirada a su alrededor, a abrir los ojos sobre la realidad de los jóvenes pobres, del punto de vista económico y moral. Llegando luego a la conclusión de la gran necesidad de obras educativas (entonces eran sobre todo colegios). Hasta aquella época, afirmó en otra circunstancia (1883), se había pensado mucho en los jóvenes acomodados "pero a colegios para los abandonados, para los huérfanos, colegios en los que se enseñara el trabajo con que ganarse la comida, o no existían, o eran muy raros. Y sin embargo se siente su absoluta necesidad" (cf. Escritos, IX, p. 8).

El congreso del que se ha hablado era la segunda asamblea católica piamontesa, realizada en Mondovì, en provincia de Cuneo. El discurso que el Murialdo pronunció allí era una exhortación para que se percataran de los jóvenes pobres: fue un reclamo en orden a una ayuda material, pero más aún de tipo educativa y religiosa.

"Volved un instante la mirada alrededor de vosotros. Ved cuántos chicos pobres, abandonados, perdidos, en la ciudad y en el campo. Víctimas infelices de la miseria, y a menudo del vicio de otros, vagan por las calles, por las plazas, por los prados y por los campos. Son huérfanos, o han sido abandonados por el padre, emigrado en un lejano país. No tienen a nadie que les enseñen cuál sea su noble destino, que les haga querer la virtud, que les ayude a huir del vicio, que han abrazado, sin conocerlo o valorar completamente su horror.

En manos de sí mismos, junto a jóvenes más adultos en años y ya expertos en el delito, crecen en el ocio, en la ignorancia y en la esclavitud de las pasiones, las que ahora todavía son nacientes, pero que, si no son combatidas, crecerán como gigantes.

He aquí el pueblo del futuro; él será lo que lo habréis hecho: cristiano o impío, sumiso a las leyes o revolucionario. Estos niños, llegados dentro de poco a hombres, frecuentarán la iglesia o el bar, vivirán de su trabajo o del robo y el atraco, serán el honor de la familia o miembros de logias antisociales, defenderán la patria o incendiarán los monumentos.

Hoy vosotros podéis acercar este pequeño pueblo, educarlo, hacerlo cristiano. Mañana será demasiado tarde: ello os evitará, seducido por las doctrinas de la incredulidad.

Es una de las cuestiones más grave aquella que se enfrenta en el humilde y silencioso trabajo de los institutos de educación popular. Reflexionad sobre este gran peligro social y venid a dar una mano a quien intenta evitar los peligros que amenazan la sociedad" (S. Leonardo Murialdo, Escrito, IX, p. 153).

 

 

8.- Jóvenes pobres o díscolos

 

Para comprender el modo con que ha sido percibido el carisma apostólico de la congregación josefina en los primeros tiempos, hace falta leer el Reglamento de 1873. Es la regla sobre la que san Leonardo y los primeros sacerdotes y clérigos han profesado en el día de la fundación de la congregación, el 19 de marzo de 1873. En ella se encuentra el ideal de congregación que san Leonardo y sus primeros colaboradores soñaron y desearon. El primer artículo afirma que la Congregación de San José se propone la santificación de los hermanos "a través de las obras de educación de los jóvenes pobres o díscolos", es decir problemáticos, difíciles, "malos". Todo josefino se hará para cada joven "amigo, hermano y padre" (art. 4). 

El artículo 10 enumera los ámbitos en que la obra de los Josefinos se podía ejercitar: colegios de artesanales, es decir de jóvenes encaminados al trabajo, orfanatos, reformatorios, penitenciarías, colonias agrícolas, escuelas obreras, oratorios festivos, patronatos y "cualquier obra de socorro a la juventud pobre o para enmienda de los jóvenes que necesitaban corrección."

Delineando las obras de la congregación, el Reglamento del 1873 remarca que no se trata sencillamente de acogida y de instrucción de los "jóvenes pobres, huérfanos o abandonados o también sólo díscolos", sino de su "cristiana educación" (art. 176).

 "La congregación por tanto vivirá entre la juventud más necesitada de socorro material y moral, y a ella, después de Dios, dará todos sus pensamientos y gastará todas las más afectuosas atenciones" (art. 177).

"Entre sus jóvenes [los josefinos] serán como amigos y padres; los querrán en Dios con todo su corazón y tendrán para ellos un profundo respeto, máximo por los más pequeños, más pobres, más enfermos y más necesitados de ayuda" (art. 183). Los hermanos son invitados a preferir a "los jóvenes que la naturaleza ha favorecido  menos y por los cuales se siente menor inclinación" (art. 186).

En el 1875 se hizo una redacción abreviada del anterior Reglamento, el así llamado “Ristretto”, el que, aprobado por el arzobispo de Turín, entró en vigencia en ligar del Reglamento del 1873.Retomaba la invitación, ya contenida en el texto anterior, a "reconocer en los jóvenes a los miembros mismos de Jesús Cristo", añadiendo también la referencia a San José como modelo de educador: "felices de continuar entre nuestros pobrecitos la envidiable misión de San José hacia el Divino Niño Jesús" (art. 8).

Comentando el “Ristretto”, P. Reffo afirmaba que la congregación tenía "una meta a alcanzar y un camino para llegar a ella". La meta era aquella de toda vida religiosa y, diríamos mejor hoy, de toda vida cristiana, aquella de la santificación; el camino era el del empeño en la educación "de los jóvenes pobres o necesitados de enmienda" ([Eugenio Reffo], Explicación... del... “Ristretto”..., p. 42). Este camino dio a nuestra congregación su carácter distintivo: "El Señor quiere que nos hagamos santos con la educación de la juventud pobre " (ivi, p. 47) . P. Reffo añade que no se ha tratado tampoco de una opción realizada por los primeros fundadores: ha sido la mano de Dios a colocarlos a contacto con los jóvenes pobres y esto ha puesto las condiciones por el nacimiento de aquel grupo de religiosos (p. 48).

Por fin P. Reffo escribe que, junto a la juventud pobre, "nosotros admitimos hacer parte de nuestra atención también a aquella necesitada de enmienda. Si la obra es más espinosa, difícil y falta que consuelos, es sin embargo más querida por Dios. Abundan entre nosotros las instituciones, también de religiosos, que acogen de corazón a la juventud estudiosa, no faltan piadosas obras para las enfermedades físicas de los niños, pero bien poco se lucha con las enfermedades morales de aquella juventud en la que patria y religión tienen mucho que temer" (p. 49).

 

 

9.- P. Julio Costantino, sucesor de Murialdo

 

Después de aquellas del 1873 y del 1875, la tercera "regla" de la congregación fueron las Constituciones del 1904, cuya redacción, iniciada en el 1897, se prolongó por varios años, hasta después de la muerte del Murialdo. Preparadas en base a precisas indicaciones jurídicas de la Sede Apostólica, estas Constituciones necesariamente perdieron la riqueza carismática que caracterizó los textos anteriores. Tal riqueza, sin embargo, no fue olvidada, sino que fue recogida y guardada en algunos documentos complementarios sucesivos.

Es este el período en que la congregación es conducida por P. Julio Costantino, al que P. José  Vercellono en su biografía había definido el "padre de los jóvenes".

Las circulares que él les escribió a los hermanos no afrontan explícitamente el tema de los jóvenes pobres: hablan de la misión que estaba por abrirse en Libia a favor de los huérfanos de Bengasi y los pequeños "moretti" rescatados de la esclavitud (circular n. 10) y dedican atención a la formación espiritual de la "juventud pobre, tan asechada en estos tiempos" (n. 27). El apostolado josefino es sentido pues como orientado no sólo a la "juventud pobre" (económicamente) sino también a la "pobre juventud" como a un grupo social, si así se puede decir, o categoría generacional, asechada por muchos peligros morales. En todo caso él reafirma el empeño por la educación de la juventud en general, "especialmente si pobre" (n. 28).

Quién haya sido P.  Julio Costantino, primer sucesor de Murialdo en la guía de la congregación y en qué haya consistido su aporte para delinear el carisma hacia los jóvenes pobres se puede entender más de su vida que de lo que nos ha dejado (por ejemplo las cartas circulares del período en que fue superior general).

Huérfano de madre, fue acogido en el Colegio Artesanitos, dónde aprendió la profesión de zapatero. Llegó a ser luego maestro, asistente y sacerdote. En un primer momento fue prefecto de disciplina en el Colegio Artesanitos y luego director del correccional de Bosco Marengo, cerca de Alessandria, de 1872 a 1883. Vuelto a Turín, fue director de los talleres en el Colegio Artesanitos y de la casa familia cerca de la Iglesia de Santa Julia.

En la vida que ha que escribió sobre él, P. José Vercellono dice: "La bondad de P. Costantino tuvo un ropaje simple, familiar y todos la sintieron imitable. [...] Deseaba que su bondad fuera imitada por los hermanos asistentes y maestros. En las conferencias semanales los instruyó en la práctica de las virtudes religiosas y sobre todo les encomendó la paciencia y la dulzura con los jóvenes. A menudo repetía: "Estos jóvenes son nuestra razón de ser; la Congregación de S. José existe para ellos, para su educación cristiana y técnica; son nuestros dueños. [...] Tenemos que ser sus servidores."

Deseaba que el correccional se convirtiera en una familia en la que reinara el orden, el respeto recíproco y sobre todo la confianza. Se ocupó en todas las formas para que los jóvenes internados se encontraran bien, quisieran aquella gran casa hasta al final del aprendizaje, y saliendo de allí, fueran capaces de ganarse lo necesario para la vida ejerciendo un oficio.

[...] Uno de aquellos jovencitos, recordando, después de cincuenta años, a su director de Bosco Marengo, escribía: "P. Costantino era alto de estatura, bien proporcionado y de extraordinaria robustez. Tenía un ánimo templado y con nosotros siempre estaba sonriente. Por nuestro bien hacía cualquier sacrificio; era más que un padre, tenía con nosotros la ternura de una madre. Yo le quise mucho a aquel gigante, que con grandes y delicadas sus manos curó mis nanas de niño" (José Vercellono, D. Julio Costantino: padre de los jóvenes, Librería S. José de los Artesanitos, Turín 1939, pp. 123-126).

 

 

10. P. Reffo, el legislador

 

Escribir reglas y estatutos era una habilidad específica de P. Eugenio Reffo. San Leonardo le confió el encargo de redactar los reglamentos necesarios al Colegio Artesanitos y los textos legislativos de la congregación. Las páginas que P. Reffo ha escrito con este objetivo (los así llamados "borradores") testimonian el diálogo y la interacción entre él y el Murialdo, con intervenciones también de otros hermanos, para precisar en el mejor modo posible las ideas, los valores, los estilos de vida y los métodos educativos que se querían "fijar" en las reglas. Don Reffo escribió comentarios a la regla de la congregación (como ya hemos visto) y dejó también algunos manuscritos que contenían sus reflexiones sobre la vida religiosa de los Josefinos, sobre su apostolado y su estilo educativo. También bajo su pluma vuelve la declaración que la congregación extiende su obra "a todos los niños y a adolescentes; a los pobres y a los adinerados, pero con preferencia a los pobres; a los jóvenes díscolos necesitados de enmienda" (Eugenio Reffo, El objetivo de la Pía Sociedad turinés de San José, Tipolitografia PP. Josefinos, Pinerolo [1961], p. 123).

Comentando las Constituciones del 1923, que hablaban de la educación de los niños y los adolescentes, P. Reffo escribía: se abraza así toda la edad juvenil que se extiende de la primera infancia hasta donde se prolonga la adolescencia. [...] Pero ¿qué condiciones sociales de jóvenes abarca nuestro instituto? Lo dice el artículo 109 de las mismas Constituciones, en donde se declara que la obra de nuestra Pía Sociedad es el institutio puerorum vel adolescentium, praesertim pauperum [la educación de los niños y los adolescentes, especialmente si son pobres].

En estas palabras se manifiesta la intensión de nuestro Venerado Fundador Murialdo de que, entre los hijos de familias adineradas y aquellos de familias pobres, siempre se dé la preferencia a estos últimos. En tal modo los adinerados no son excluidos, pero los pobres son preferidos, como la porción mejor del campo confiado nosotros por Dios. Esto es conforme al origen mismo de la Congregación, la que ha surgido en el seno de una institución (Artesanitos de Turín) que tiene por programa la educación de los jóvenes pobres, huérfanos o abandonados.

Es verdad que la Pía Sociedad, desde la fundación, se ha alejado bastante de la exclusividad de este programa, pero ella lo ha hecho por las necesidades de los tiempos, en los que muchos jóvenes de civil condición no han necesitado menos de una cristiana educación, de lo que lo han necesitado  los desamparados y los desheredados.

Así, presentándose la ocasión, la Congregación, sin alterar mínimamente sus estatutos, también abre pensionados o colegios por las familias adineradas, todavía prefiriendo aquellos de mediana condición. Tales jóvenes son más afines a los pobres y más proporcionados a los estudios y a la forma propia de nuestra Congregación. Esto, sin embargo, se tiene que hacer de modo que, para favorecer a los jóvenes de civil condición, no sólo no se descuiden a los pobres, sino, más bien, estos tengan para  sí la parte mejor de nuestras preocupaciones.

Es por tanto deseable, aunque en las Constituciones no esté prescrito, que, junto a un colegio más señorial, se instituya y se haga florecer alguna obra para la juventud pobre, de modo que nuestros hermanos, llamados por la obediencia a una clase más elevada de jóvenes, no vayan a olvidar lo que es más propio que nuestra vocación" (Reffo, El objetivo..., pp. 121-123). 

 

 

11.- P. Reffo, el educador

 

P. Eugenio Reffo no era sólo un hábil escritor de reglamentos, ni sólo un óptimo autor de representaciones teatrales o un agudo periodista. También fue un buen educador y maestro de educadores. Transcurre toda su vida en el Colegio de los Artesanitos, en contacto con los chicos pobres, intentando enseñarles a los jóvenes el arte de ser a su vez a educadores. Lo testimonian las cartas con que siguió y animó los jóvenes josefinos, a veces entristecidos por algunos fracasos, sobre todo con los chicos más difíciles. He aquí entonces P. Reffo que los invita a mirar con optimismo a los jóvenes, a ver en ellos aquello que puede haber de bueno, a hacer palanca sobre los aspectos positivos y, en todo caso, a tratarlos siempre con dulzura y misericordia.

El P. Marco Apolloni, joven sacerdote giuseppino ­ de 26 años, le pidió a P. Reffo ser trasladado del orfanato de Rovereto a otra institución por las dificultades de trabajo que encontró con esos chicos "malos, intratables." P. Reffo le contesta el 15 de julio de 1905: "Escucha, Marco, tú haz así: haz lo mejor que puedas para asistirlos bien día y noche; cuéntale al Director aquello que ves y que sabes, y luego le deja a él la responsabilidad de todo. Te basta haber hecho tu deber; Dios no te pedirá cuenta de nada más. Recuérdate más bien que cuando Santiago y Juan quisieron invocar el rayo sobre Samaria, el buen Jesús les dijo: "hijos del trueno".

Pero tú me preguntas cómo tienes que hacer, cómo regularte ­ con estos jóvenes malos.

Y yo te contesto:

1. No llames nunca malos a estos pobres niños­, cometes un error al sólo pensarlo. Procura en cambio persuadirte que son más buenos de lo que crees, y que no los conoces todavía perfectamente.

2. Tomas las cosas con calma, sea para las reprensiones, sea para los castigos. Persuádete que se gana más al perdonar que al castigar.

3. Trata de también inducir a los otros asistentes, con tu ejemplo y con tus palabras, a tratar con mansedumbre y no más con dureza a esos pobres chicos.

4. Caso por caso consulta con el Director y está a lo que te diga, aún cuando a ti no parezca ni justo, ni prudente; haz la obediencia y no tendrás que arrepentirte.

5. Última regla: la mejor, más bien la única, aquella dada por San Pablo, breve, pero eficaz, infalible:­  “vencer el mal con el bien."

¿Son malos? Ustedes sean buenos. ¿Soy más malos ­ todavía? ustedes sean más buenos aún. ¿Son hasta pésimos? Ustedes sean óptimos, de una bondad excepcional, inalterable. Ésta es la regla de las reglas. ¿Sabes por qué muchas veces no se consigue nada? Se quiere vencer ­ la malicia de los chicos con una mayor malicia, se quiere lograr a fuerza de pillerías y maldad.  Esto es justo lo opuesto de lo que enseñó S. Pablo.

Haría falta hacer un tratado para decir todo; pero yo sólo me limito sólo a esto. No amarguen al pobre Director, no quieran ­ saber más que él, ayúdenlo y no lo obstaculicen; consuélenlo como buenos auxiliares y cooperadores en la obra de la educación de estos huérfanos.

Humildad, gran humildad; reconozcan ser todavía muy jóvenes y saber todavía poco de este difícil arte del educar. Yo, después de 44 años, confieso ­ de no saber más que el “abece”.

¡Vamos, levanta el ánimo!  Hazte hombre de una buena vez, ayuda a tu Director, conforta a tus hermanos­, persuádelos que no están en una cueva de ladrones y que los jóvenes son siempre tal cual los ­ hacemos nosotros" (Eugenio Reffo, Cartas selectas, a cura de José Bellotto, Librería Editorial Murialdo, Roma 1996, pp. 198-199).

 

 

12.- Un Directorio famoso(1936)

 

Un texto que ha conducido por varias décadas la vida espiritual, comunitaria y apostólica de los Josefinos ha sido el Directorio del 1936. Trata de las virtudes características de la congregación, la humildad y la caridad, de la vida de oración, de los votos religiosos, de muchas modalidades concretas de vida. También contiene un importante capítulo titulado "Reglas para la educación cristiana". La invitación a la humildad y a la confianza en Dios, la exhortación a ver en los chicos el rostro de Jesús, a quererlos como los querrían los mismos padres, a vivir para ellos, a dedicarse con pasión a su educación cristiana... han acompañado el empeño de muchos buenos educadores y han formado aquel bagaje de tradición educativa josefina y murialdina que todavía hoy constituye la riqueza de nuestro carisma.

Este Directorio hunde sus raíces en los primeros años del Novecientos, cuando se sintió la exigencia de poner junto al texto de las Constituciones (el código fundamental de la vida de la congregación) algunas "reglas", es decir prescripciones de orden espiritual, apostólico, disciplinario. Fue P. Reffo quien redactó estas "reglas", revisadas luego por otros hermanos y publicadas finalmente en dos partes, respectivamente en el 1906 y en el 1907. Fueron reimprimidas en el 1917 y asumieron el título de Directorio con la edición del 1936. En este texto “se encuentra la riqueza espiritual que se había perdido en el camino de redacción de las Constituciones [del 1904], y no sólo esto, sino también aquella tradición que se formó en la congregación, sobre todo a través de la enseñanza del Murialdo" (Giuseppe Fossati, Una historia para la vida..., I, p. 64).  Naturalmente el tema de los jóvenes pobres también se encuentra en este Directorio.

"Las Constituciones declaran que los niños, objeto de nuestra misión, deben ser especialmente los pobres; con estas palabras, no excluyéndose completamente a los jóvenes de mejor condición social, se da a entender que la Pía Sociedad, como regla general, se ocupa preferentemente de los pobres. Esto es conforme al espíritu de nuestra Sociedad, que debe ser de humildad y caridad, y en mayor sintonía con el origen de la misma Pía Sociedad, que nació en el seno de la Asociación de Caridad para jóvenes huérfanos y abandonados de Torino. Es necesario, por tanto, que donde las circunstancias exijan que se tengan obras para la juventud de mejor condición social, no se descuide a los jóvenes pobres y que estos sean acogidos en patronatos o escuelas gratuitas, para que nunca se pierda de mira la parte principal de nuestra misión.

Las Constituciones añaden que la Pía Sociedad debe, no menos que a los pobres, dirigir sus cuidados a los jóvenes necesitados de enmienda, servicio tan difícil pero tan meritorio y tan apoyado y encomendado por el venerable P. Giovanni Cocchi, que fue fundador de los Artesanitos, y ya practicado por algunos de entre los primeros miembros de la Congregación en el correccional de Bosco Marengo" (Directorio de la Pía Sociedad de S. José de Torino, Escuela Tipográfica Pío X, Roma 1936, nn. 368-369).

Más más allá del Directorio invitaba a los Josefinos a "cultivar en el propio corazón afecto y reverencia por todos nuestros alumnos indistintamente, también por los más pobres y por los menos dotados de ingenio, por los buenos y por los malos, por los dóciles y por los tercos, aprendiendo a compadecer y a perdonar mucho, reconociendo su fragilidad y debilidad.

No descuidarán ninguno de los alumnos a ellos confiados con el pretexto que él sea de poco inteligente o ingrato, ni se harán preferencias a los jóvenes de mejor condición social en detrimento de los pobres.

Evitarán cualquiera palabra de desprecio o título ultrajante, incluso cuando deban que reprender por alguna falta y se guardarán absolutamente del regañar o escarnecer a los niños por sus defectos naturales, como del demostrar poca consideración de su pueblo de origen, de la condición de su familia, de sus parientes, etcétera" (nn. 381-383).

 


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