Inserisci username e password nei campi sottostanti.
Username:
Password:

Primera línea de acción

 

 

1.  Ser fieles al carisma,

reconociendo a los jóvenes pobres y abandonados como profetas

y haciendo de nuestro apostolado entre ellos una profecía.

 

 

Me han invitado a presentar una reflexión que explique y profundice la primera de las nueve líneas de acción emanadas del Foro de Londrina.

En primer lugar me parece importante analizar el texto y casi seccionarlo en sus partes para encontrar a través de sus palabras claves los elementos esenciales.

Las palabras claves son: fidelidad, carisma, profecía, jóvenes pobres, apostolado.

Creo que profundizar el sentido de estas palabras, en el contexto en que se encuentran, pueda ser una premisa a la reflexión y a la vez su contenido.

Fidelidad, pues (y carisma).

¿Qué es la fidelidad? Es mantener un empeño tomado, tener fe a una palabra dada. Es el tiempo, normalmente, el lugar y el espacio propio de la fidelidad, porque sólo en el tiempo se puede ver o hacer ver la fidelidad: en el cambiar de las situaciones fidelidad significa tener un punto de referencia que guía opciones y comportamientos, que empeña a mantenerse consigo mismo y con los otros en los pactos establecidos. No es fácil porque la vida cambia y nos cambia. La fidelidad nos empeña a no cambiar las reglas del juego.

Nosotros ahora hablamos de "fidelidad a nuestro carisma."

Y esto significa algo de específico.

El carisma es el regalo que por gracia de Dios hemos recibido como una herencia preciosa a través de la santidad de San Leonardo Murialdo. Quien pertenece por vocación a la Familia del Murialdo sabe que ha recibido este regalo y que debe vivirlo y testimoniarlo con el sí de su vida: una vida que busque expresar la misma pasión por la educación cristiana de los jóvenes, especialmente los más pobres, que el Murialdo ha vivido.

Ésta es la fidelidad de que se habla.

Es claro que tiene que ser una fidelidad "creativa." En efecto, las situaciones que vivimos hoy no son ya aquellas de su tiempo. Murialdo mismo lo escribió: "a tiempos nuevos, obras nuevas". Los tiempos han cambiado pero la condición de pobreza, de abandono, de explotación de los chicos y los jóvenes es un drama que también hoy atraviesa el mundo. Fidelidad creativa significa qué se buscan y se inventan respuestas nuevas, adecuadas a las necesidades de hoy, pero no cambia el objeto de la pasión educativa, por el que nos sentimos herederos de Murialdo y de su carisma, ni las opciones preferenciales que él tenía. "Pobres y abandonados: he aquí los nuestros."

Me parece que los acontecimientos que han envuelto la Familia del Murialdo en el último año y que todavía tenemos que metabolizar y digerir bien para que puedan dar fruto entre nosotros, han dado un gran aporte de riqueza y claridad a nuestra reflexión sobre el tema, sea a través de la experiencia que han vivido los participantes procedentes de todo el mundo, sea a través del vasto material que ha sido producido.

Me refiero al Seminario Pedagógico de Buenos Aires y al Foro Pastoral de Londrina.

Se podría decir que hemos enfocado, una vez más, el "cómo" y el "quién" de nuestra fidelidad al carisma de Murialdo.

He tratado de recoger algo de toda esta riqueza para los hermanos de la congregación en dos circulares la n. 9 "dejarse amar para evangelizar" y la n. 12 "encontrarnos con alegría en el servicio a los últimos."

En el Seminario de Buenos Aires, como dije, hemos sido llamados nuevamente a la fidelidad al "cómo" de nuestro apostolado entre los jóvenes, especialmente pobres.

Aparecieron nuestros puntos fuertes: la acogida, el estilo de familia, la integridad de la propuesta educativa, la atención a las personas.

            Han pasado ante nosotros, en los números, en las imágenes y en las palabras, los rostros y los nombres de tantos niños y jóvenes, sus historias, sus lágrimas, sus sueños y sus caminos: Fátima, Estaban, Juan Diego... y tantos otros.

            En verdad, nos hemos dado cuenta de ser, como educadores con el espíritu de Murialdo, aquellos que asumen cuidadosamente con amor las golondrinas más frágiles, criaturas que son tan sólo huesos y viento, para ayudarlas a retomar su vuelo. Así en cada parte del mundo.

            El rostro de Murialdo apareció a contraluz en historias y narraciones, sobre todo en su característica de amigo, hermano ypadre: esta herencia “relacional” nos ha parecido a todos como uno de los principales senderos que debemos andar, y, por otra parte, como siempre lo fue, una especie de señal de reconocimiento para nuestros ambientes educativos: el espíritu de familia.

            “El educador cuida aquello que es lo más precioso de la sociedad: los jóvenes; y aquello que es lo más precioso en los jóvenes: el corazón” [cfr. Scritti, IV, pag 326, anno 1880] (Circ. n.9).

 

 

En el Foro de Londrina hemos ido, por así decir, al corazón del carisma: "Pobres y abandonados, he aquí los nuestros. Y cuanto más pobres y abandonados son, tanto más son nuestros."

A propósito de fidelidad "creativa", he comentado así el Foro en la circular inscripción a los hermanos, la n. 12:

"Los problemas del mundo juvenil y las indicaciones del Capítulo General nos impelen a una conversión hacia los jóvenes más pobres, que todavía no se ha realizado plenamente en nuestra Congregación, y nos piden a todos dar señales concretas de tal manera sea más visible nuestra dedicación a los últimos." (CI09, 4).

Aquí, si las palabras tienen un peso y un sentido, es necesario detenerse un poco para reflexionar.

Se habla de "conversión" hacia los jóvenes más pobres como algo "que todavía no se ha realizado plenamente en nuestra Congregación”.

Quiere decir que hemos empezado un camino, pero que todavía hay mucho sendero por hacer.

¿Cuál camino? ¿Qué hacer?

A veces, visitando las comunidades, encuentro hermanos buenos y comprometidos que me dicen:

"¿Pero, no ven todo el trabajo que hacemos? ¿Nuestra dedicación, nuestra fatiga? ¿Qué más quieren de nosotros? ¿Qué otros sueños quieren pedirnos todavía, mientras que estamos casi aplastados por la cantidad de cosas que hacer?”.

Querría que todos (todos quiere decir cada hermano y cada comunidad, bajo la responsabilidad de su superior) se dejaran provocar por las palabras exigentes y fuertes: ¡la conversión a los jóvenes más pobres todavía no se ha realizado plenamente en nuestra Congregación!

Quisiera que cuando se pongan alrededor de una mesa para hacer un proyecto, una programación o una evaluación, se pregunten: ¿Qué estamos haciendo por nuestros jóvenes más pobres? ¿Qué más podemos hacer? ¿Qué signo concreto podemos hacer aquí, en nuestra realidad, para que sea más visible nuestra dedicación a los pobres?

Un josefino, una comunidad josefina o una provincia que aceptara de mala gana la provocación a cuestionarse constantemente sobre este punto, que no sintiera "el ansia del qué más?" con respecto a los jóvenes más pobres, ciertamente no se parecería a Murialdo. Él, en efecto, de acuerdo a su condición social, habría podido darse el lujo de no ver a los jóvenes pobres en su Turín de fines del ochocientos, dedicándose en su sacerdocio a ser el 'canónigo' o el 'teólogo' - como lo llamaban -, en cambio a los jóvenes más pobres primero fue a buscarlos en los oratorios y luego se rodeó de ellos durante toda la vida en la obra de los Artigianelli, cargando completamente sus problemas y sus sufrimientos. Todos sabemos que Murialdo ha fundado la Congregación principalmente para que continuara el servicio apasionado a los jóvenes más pobres: "pobres y abandonados: ¡he aquí los nuestros!" ( de la circ. n. 12, 4). 

Pienso que estas indicaciones y recorridos pueden ser importantes y comprometedores para toda la Familia de Murialdo.

 

Profecía y profetas son las otras palabras que comprender.

Se dice que nosotros tenemos que reconocer a los jóvenes pobres y abandonados como profetas y hacer de nuestro apostolado con ellos una profecía.

¿Qué significa esto?

En el Foro de Londrina Ildo Bohn Gass por un día entero ha hecho trabajar a los participantes sobre el tema, manifestando como en la Biblia se muestra a Dios como el defensor de los pequeños y de los pobres y que habla a través de ellos. Port tanto, ellos son sus profetas.

Más importante para nosotros es entender y profundizar cómo los jóvenes pobres y abandonados son "nuestros" profetas, nos hablan de Dios, nos revelan su rostro.

Del resto, es esta la intuición de fondo del "sueño" capitular de los Josefinos en el 2006: "Con la mirada fija en Jesús y en los jóvenes pobres…."

En el Foro de Londrina he tratado de decir algo sobre esto, comentando la parábola del Samaritano y "dando vuelta" las relaciones de los personajes en campo.

Conocemos el desarrollo de la parábola y no lo repito aquí.

Me detengo sólo en la actitud del samaritano hacia el hombre asaltado por los ladrones y dejado medio muerto al costado del camino, porque esta es la imagen, el fotograma de la parábola sobre el que deseo reflexionar.

En él se ve aquello que cada uno de nosotros es en relación con el joven pobre y abandonado: aquel que se hace encuentro.

Pero, no con la actitud de aquel que desde lo alto de sus seguridades o desde la solidez de su posición se acerca a quien está en la necesidad, sino con el ánimo del indigente y del necesitado.

En esta actitud, me parece, se encuentra el sentido justo también de la relación educativa con el joven pobre y necesitado.

¿Por qué el samaritano se ha detenido?

Porque al igual que el hombre tirado al costado del camino se sentía un pobre, un marginado, un desgraciado: es la conciencia de su límite la que lo hace cercano a aquel hombre, la que anula la distancia.

Es la conciencia de la propia debilidad y la propia pobreza que libera el amor en el sentido evangélico, que nos lleva a aproximarnos al otro como un modo posible de completar nuestra pobre humanidad.

Quien se siente completo en sí mismo, fuerte, rico y sin necesidad de los demás, irá a su encuentro de un modo equivocado: con la actitud de quien da desde lo alto su limosna, del rico que da al pobre.

Pero, ¿quién es el rico? ¿quién es el pobre? Aquí las cosas están totalmente al revés: paradojalmente, les digo, que aquí el samaritano se hace próximo a aquel hombre herido porque él, ante todo, el mismo samaritano, tiene necesidad de aquel encuentro.

En el fondo, es el sentimiento que Murialdo nos expresa cuando nos habla de los jóvenes pobres y abandonados, escribiendo: “tal cual seríamos nosotros, si como ellos hubiéramos sido abandonados”.

La proximidad evangélica, que encuentra su lugar de expresión para nosotros también en la relación educativa, nace del vivo sentimiento de que nuestro ser se completa en los otros. Y, cuando amamos, nosotros no damos, sino que recibimos.

Cuando ayudamos a los demás, en verdad, estamos ayudándonos a ser nosotros mismos, a completarnos como personas. Pero, la revolución se cumple antes en el corazón: yo tengo necesidad del otro y aquel, al cual restituyo la vida, es quien me hace vivir.

Esta es la lectura “al revés” de la parábola del samaritano, que pone en discusión también nuestro modo de ver y de encontrar a los “pobres y abandonados”, que normalmente no son lindos, ni simpáticos, ni fáciles. Son para nosotros “los lejanos”, los “últimos”.

Pero vean, cuando nosotros decimos, por ejemplo, “lejanos”, presuponemos la elección de un “centro”, de un punto de referencia. Y, normalmente, cuando se dice “lejano” se entiende “de nosotros”, de nuestra posición, de nuestra condición, de nuestra sensibilidad.

Si nosotros permanecemos como centro de referencia, quien está lejano, para poder acercarse a nosotros, debe cambiar justamente aquellos aspectos por los cuales nosotros lo sentimos lejano. Debe aceptar las condiciones que nosotros le ponemos.

Si, en cambio, somos nosotros los que intentamos acercarnos, entonces aceptamos el lejano por aquello que realmente es; aceptamos, nosotros, ponernos en movimiento, abandonando el lugar seguro de nuestra tranquilidad.

Entramos en un territorio desconocido, si saber del todo si estamos adecuadamente preparados para afrontarlo. Arriesgamos. Pero, en este riesgo de acercarnos a los lejanos, apostamos a la humanidad que hay en ellos, atrás y adentro de toda apariencia.

Por tanto, acercarnos a quien, por alguna razón, está lejano de nosotros es un deber no ante todo en relación a él, sino en relación a nosotros mismos. Cada hombre que ignoramos o evitamos es una porción de humanidad insustituible que eliminamos de nuestro horizonte.

El primer paso, en este cuadro de referencia, es siempre el más difícil, porque empeña a reconocer la dignidad del otro, sea quien sea, a recuperar la dignidad humana que hay en él, más allá de toda maldad.

El es íntegramente hombre, más allá de sus actitudes y de sus comportamientos.

El es mi compañero de viaje, solidario conmigo en la humanidad: hermano”. (de la relación al Foro de Londrina, n. 3).

He aquí la profecía de los jóvenes pobres y abandonados para nosotros: son el rostro de Dios y reflejan nuestro rostro.

Nuestro apostolado con ellos, por tanto, pide ser una profecía, hablar al mundo de Dios, de este darse vuelta de las relaciones, de hacerse también acción política.

La política era una de las "señales" que indiqué a Londrina, con un sentido diferente y más noble de como normalmente se la entiende.  

En un texto de don Milani, Carta a una profesora, leo a este respeto un paso deslumbrante: "Quien quiere las criaturas que están bien permanece apolítico, no quiere cambiar nada. Conocer a los chicos de los pobres y querer la política es una sola cosa. No se puede amar criaturas marcadas por leyes injustas y no querer leyes mejores; para todos, y no sólo para sí".

           

            En fin, yo creo que la fidelidad, la profecía, la política se encuentran en nuestro compromiso de mostrar, en nuestro apostolado, nuestra pasión por Dios y por el hombre, como fruto no de una maduración tan sólo racional sino como un hecho vivencial, que marca en profundidad nuestra existencia. 

Me explico con un ejemplo traído de una de las obras maestras de Kieslowski sobre los diez mandamientos, Decálogo 1,

El niño protagonista está jugando con el computador.

De repente le preguntaa la tía: " ¿Cómo es Dios "

La tía lo mira en silencio, se le acerca, lo abraza, le besa el pelo y estrechándolo a sí le susurra: "¿Cómo te sientes ahora?

Pavel no quiere soltarse del abrazo, levanta los ojos y contesta: "Bien, me siento bien."

Y la tía: "Justamente, Dios es así”.

 

Buen camino a todos los hermanos y hermanas de la Familia de Murialdo: ¡encontrémonos con alegría en el servicio a los últimos!

 

                                                                                       P. Mario Aldegani

Padre General

 


Versione per stampa
 
2007 © Congregazione di S. Giuseppe - Giuseppini del Murialdo - Tutti i diritti riservati • Informativa sulla Privacy
Design & CMS: Time&Mind