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Cuarta línea de acción

 
Fortalecernos como FdM reconociendo y valorando los indicadores de pertenencia adecuados a cada realidad, siendo corresponsables y articulando nuestro trabajo en red.   

 

            También esta reflexión quiere ser una simple mirada de profundización sobre el sentido y sobre el estilo de nuestras experiencias de acogida al servicio de los últimos. Es una reflexión que se enlaza necesariamente a todas las otras porque sólo describe un pedacito del mosaico que representa el gran esfuerzo del servicio de acogida inspirado en el carisma de San Leonardo Murialdo en el mundo.

En el primer plano de esta reflexión focalizamos la atención sobre el sujeto comunitario de la Familia del Murialdocomo agente y protagonista de la acogida y toda iniciativa de solidaridad a servicio de los jóvenes y adolescentes "pobres y abandonados." No es este el lugar para describir un vez más la naturaleza, la vocación y la misión de la Familia de Murialdo. Enviamos a la lectura del folleto "Familia del Murialdo. Road map: de dónde venimos, dónde estamos, a dónde vamos…" (19 de marzo de 2008) para tener claras las coordenadas de nuestro camino compartido entre consagrados/as y laicos. Lo que queremos poner en evidencia es ante todo el punto firme, el "punto de no retorno" como CG XXI recita, 1.2.6: hoy la congregación josefina se reconoce "parte de una Familia". Reconoce algo que es más grande de sí: es el regalo del carisma del Murialdo a personas que no pertenecen a la congregación que constituye entre estas personas "una unión que no se puede callar”. La expresión de esta unión es la "Familia de Murialdo” (Dir.41). El acento está en la comunión (que se encarna en dimensiones afectivas-formativas) más que en la gestión conjunta de las actividades. La misión, en efecto, ya tiene plena realización en la misma dimensión relacional que es "testimonio" a pleno título de la presencia del amor de Dios.

Es como decir que la congregación parece apostar no más sobre la eficacia o el buen funcionamiento de una actividad u obra apostólica, sino sobre el jugarse en la relación interpersonal, la que tiene una naturaleza circular, de reciprocidad. "En la reciprocidad el juego se desarrolla a todo campo: los recursos no están todos de una parte ni las fragilidades todas de la otra. Si queremos realmente que las personas estén al centro, tenemos que trabajar entonces por la constitución de instituciones de reciprocidad, es decir de comunidad… De otra parte, ¿No es una de las más recurrentes definiciones de los religiosos aquella de ser ‘expertos de comunión’?" (G. Pegoraro). Este aspecto tiene incidencia dentro de las actividades de la "Familia de Murialdo”, que no deberían caracterizarse sólo como expresiones y lugares de trabajo, sino por una calidad de relaciones interpersonales por las que emerge una propuesta de vida.

            Del punto de vista de la misión apostólica la realidad de la "Familia de Murialdo” ofrece una posibilidad hasta ahora inédita. "La participación de los laicos no pocas veces lleva a inesperados y fecundos progresos de algunos aspectos del carisma, despertando en este una interpretación más espiritual y empujando a descubrir indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos" (VC 55). Las instituciones creadas por los religiosos/as son parte del patrimonio eclesial común: respuestas organizativas a preguntas qué la comunidad cristiana se pone a sí misma. Su fundación y su desarrollo ha sido dictada por una atención carismática releída y actualizada por los hermanos en el curso de décadas. Hoy, desde el punto de vista de los contenidos y de la metodología, ya no tiene sentido que sean sólo los religiosos a interpretar y catalogar las nuevas preguntas de los jóvenes, sobre todo de los “más pobres y abandonados", y las consiguientes respuestas. Y si la educación es ante todo testimonio de vida y ofrecimiento de pertenencia, la "Familia de Murialdo”, con su creativa y crítica presencia en las actividades educativas, realiza relaciones personales profundas (una afectividad que se manifiesta) en la cotidianidad de la vida; formación común (espiritual y carismática); búsqueda y experimentación común de los modelos organizativos y educativos; sentido de corresponsabilidad. Es este el nuevo clima en el que se pueden leer las instancias juveniles y encontrar respuestas adecuadas para los más pobres.

Poniendo en segundo plano la preocupación y la defensa de la "titularidad" de las iniciativas que podrán en su momento ser de la congregación, o de una asociación o de la entera "Familia": más importante es que los problemas de los adolescentes y jóvenes más pobres encuentren hoy lecturas atentas de su realidad gracias a la sensibilidad que crea el carisma y respuestas adecuadas en las que se manifieste la presencia de la "Familia".

 

¿Es posible por lo tanto reconocer y valorizar indicadores de pertenencia adecuados a cada realidad?

En la experiencia del encuentro internacional de Londrina (26 de abril a 3 de mayo de 2009) dónde se enconraron representantes de todas nuestras realidades de servicio a los últimos, dos datos me parece que han emergido con fuerte evidencia:        

1-      no hay más religiosos/as que se representan por sí solos: sin duda ha habido josefinos que han iniciado, exploradores o navegadores atrevidos que han abierto nuevas sendas de servicio e iniciativas de solidaridad; líderes que han comprometido y movilizado preciosos recursos de colaboración… pero hoy el dato verificable es que sin los laicos, sin una "familia" ampliada de laicos implicados y conscientes, las mismas iniciativas no tendrían futuro de arraigamiento y crecimiento;

2-   el segundo dato es que la "Familia de Murialdo” se encarna y se expresa en los rostros de las muchas "familias de Murialdo”. Todas han aparecido unidas y tenidas juntas por el sentido profundo de lo que se hace en la vida, un "saber" recuperado a través de  las acciones fundamentales de la existencia: la escucha y la observación en primer lugar y lo que sigue de ellas: entender, representar, valorar, actuar. De este modo ha sido posible redescubrir el "sabor" de nuestras acciones, acordándose que para preparar algo bueno, que satisfaga nuestro gusto, tenemos que aprender a armonizar los ingredientes, cuyas "diferencias no son anuladas” y cuyo encuentro "exalta las recíprocas identidades”.

A la luz de un continuo enriquecimiento recíproco, es posible por lo tanto concentrarse en algunos indicadores, actitudes que señalan el camino, que permiten a cada "familia murialdina" no perder la propia identidad en el actuar social, reafirmar el sentido de cada gesto de solidaridad, salvaguardar los elementos básicos de un carisma que se entrega siempre y unilateralmente en el servicio a la persona.

He aquí algunos posibles indicadores, seleccionados en función de reforzar el camino futuro de las "familias murialdinas" que acompañan nuestras realidades de acogida.

a - Hacer transparente la identidad vocacional: donde hay vocación hay voluntariado o sea acción solidaria y gratuita. Cuántas veces en diversos documentos hemos repetido que nos reconocemos como "realidad compartida basada en el voluntariado".  Esta es la cultura que nos ha permitido salir de algunos estereotipos en el ofrecer servicios y nos permitirá, en la continua evolución, permanecer siendo nosotros mismos. El compartir no puede prescindir de una libre elección de empeño voluntario. Por voluntario no entendemos al que ofrece acciones voluntarias ocasionales (también estas necesarias), sino al portador de un proyecto de sociedad acogedora dónde los ciudadanos encuentren un lugar, participen, asuman responsabilidades, logren hacer apasionar la ciudadanía en una elección de solidaridad, lleven adelante proyectos que son específicos porque específico es el territorio dentro del que se manifiestan las necesidades. Por este el indicador más precioso para quien se empeña en la familia murialdina es la "gratuidad". "Es necesario dar a la gratuidad una acepción mucho más amplia de la pura ausencia de ganancias. Es gratuidad también dar lo mejor de si, hacerse responsablemente cargo de las personas y de sus necesidades, obrar con espíritu de servicio y con la preocupación de siempre partir de las expectativas del otro" (Mons. G. Pasini). Cada pedacito de "gratuidad" en cualquiera de nuestras realidades de acogida debe ser sustentado, reforzado y oportunamente salvaguardado.

b - Escudriñar los horizontes:  el mirar "más allá" es una típica actitud del carisma murialdino en función del saber discernir los signos de los tiempos. El futuro que nos interpela es configurable a partir de una atenta lectura de las necesidades y las políticas sociales. Cambian las necesidades y al mismo tiempo aquello que está al origen del malestar (hoy se siente hablar de "patología de normalidad"). Quiere decir que, a diferencia de otros tiempos, los menores que necesitan atención no son solamente los que provienen de situaciones familiares, ambientales, culturales típicas de la marginación, sino también aquellos integrados en situaciones consideradas "normales", como aquellas procedentes de las características fundamentales de muchas familias de hoy fruto de transformaciones profundas ocurridas en pocas décadas, un malestar que proviene de "un modelo de vida vital, del deseo de afirmación de sí, también en la transgresión". Es una pobreza que tiene "las formas del vaciamiento de la conciencia y de la voluntad”.

c - Desplazar las actividades de situaciones “de defensa" a áreas de "frontera":  nuestras iniciativas a favor de los menores en dificultad han surgido como respuestas "de frontera" en períodos de vacío, de penuria. En muchas áreas del mundo estamos todavía afanados por buscar o reforzar respuestas de este tipo. En otras áreas del mundo (ver los contextos más occidentalizados) no es más así: las necesidades de los menor a las que nosotros respondemos han sido reconocidas y asumidas por el Estado y entregados en convenio a miles de entes de tipo privado-social, por el hecho que se han convertido en derechos subjetivos.  

Pero nosotros no queremos una sociedad y una convivencia sólo programadas sobre los derechos; creemos más bien en una sociedad dónde relación con el otro, reciprocidad, convivencia sean las palabras clave del vivir.

¿Qué significa hoy para nosotros hacer la opción por los últimos? Significa hacerse cargo de las necesidades reconocidas pero no tuteladas y de las que no serán nunca traducibles en derechos: "pensamos en la necesidad de sentido, de relación, de ser queridos por lo que se es, de superación de la soledad. En este cuadro, además de defender y consolidar los derechos que el desarrollo y la maduración social han alcanzado, es demasiado poco si nosotros nos conformamos con administrar servicios. Los servicios como tales soy esencialmente expresión de la sociedad tal como es. Raramente son promovedores de una cultura de cambio" (G. Pegoraro).

Por tanto el empeño socio-educativo de la familia murialdina lleva a estar dónde de hecho es más difícil y peligroso; dónde hay más para experimentar.

d - Empujar las políticas de tutela de los más  débiles: se dice que el voluntariado no ha nacido para los servicios, aunque administra servicios, sino para el cambio. No es suficiente hacer acogida sino que también es necesario organizar simultáneamente fragmentos de políticas sociales, lo que significa aprender el difícil arte del promover (no sólo aquel de administrar), con la típica función de descubrir las necesidades y la capacidad de estar en los procesos, con la capacidad no sólo de participación, sino también de concertación. En administrar "servicios" hay el peligro, antes o después, de quedar aislados.

Murialdo apostó a la utopía de una sociedad que pudiera llegar a ser acogedora.

En nuestras sociedades "plurales", multiétnicas y multiculturales, el estimular políticas de tutela de las debilidades y los engranajes entre los muchos pobres y las otras clases sociales, podrán ser empujados y garantizados por "nuestras familias murialdine" compuesto por personas que, incluso gozando de suficientes seguridades, todavía tienen la sensibilidad y la capacidad de buscar equilibrios sociales más avanzados.

e - Sustentar la motivación: En los servicios a la persona se entra por muchos y diversos motivos; se permanece con satisfacción solamente por una respuesta de sentido. Sin una relevante motivación, el "no-sentido" sucede bien pronto… y con facilidad se ven personas "alejarse" y desaparecer.  

La cultura de la acogida no es la cultura dominante: dominante es la cultura narcisista que va a definir una personalidad incapaz a orientarse hacia los otros. La cultura de la acogida necesita ser alimentada y actualizada nuevamente de diversas maneras, naciendo de una relevante necesidad de búsqueda de valores, de significados de vida, de sentido de la historia de las personas; todo para investigar en los difíciles itinerarios de la cotidianidad personal y colectiva, en la interiorización de las experiencias, en los necesarios equilibrios entre el hacer y el ser: sin el todo se quema de prisa… Capaces de compartir no se nace, pero se llega a ser. De aquí la necesidad de un fuerte sustento a la motivación y la ayuda para recorrer en tiempos proporcionadamente breves "el largo trayecto de la mente al corazón".

A menudo se recomienda invertir en formación profesional entendida como desarrollo del rol y de sus habilidades (¡y se hace bien!) pero se necesita mucho más invertir en la formación motivacional: es el único modo que tiene el voluntario para preparase adecuadamente de modo que la vida sea colmada por las dimensiones más profundas. La solidaridad implica la disponibilidad para compartir el bien que tienes; esto significa estar dispuestos a perder un poco y este no es algo instintivo.

Hay una formación individual y una formación hecha en conjunto. La formación, decía Kurt Levin, es comparable a un cambio de cultura y no puede darse un cambio de cultura si no es a través de un proceso de grupo.

Formación no significa instrucción: es tomar conciencia, es comunicación… y esto es posible gracias a un encontrar tiempos que permitan el diálogo, el compartir ideas y opciones, la puesta en común de sugerencias y utopías que puedan dar un futuro y un “mayor sentido a todo aquello que hacemos y que somos”. Para tal fin, nuestras "familias murialdinas", más allá de constituirse en función de aspectos organizativos, también se basan en "dimensiones de vida" como la construcción de relaciones significativas, el compartir algunos ideales, el trabajo, los afectos… aspectos fundamentales en la experiencia de vida de cada ser humano.

 

Si los indicadores son "señales de recorrido" para dar garantía al futuro, hay algo que ya hoy puede caracterizar el estilo de vida de "nuestras familias murialdine". Una expresión fuerte del compartir está dado por la "corresponsabilidad" respeto a la actividad de servicio con los últimos. En el diálogo entre los diversos grupos del Forum de Londrina era clara la oscilación entre las diferentes niveles de participación: el compromiso personal, la colaboración, el compartir, la corresponsabilidad. Parece casi una sinfonía en crecimiento.

Pero:  ¿qué significa, en la vida de cada día, “jugarse” en términos de "corresponsabilidad" ?

Probemos a redefinir sencillamente la responsabilidad, esa que implica a cada uno de nosotros. Hablar de responsabilidad es imposible en la medida en que no se hace una elección respecto a en contexto. El primer paso es percibir y conocer el contexto, es meterse en relación con en mundo que nos provoca. La responsabilidad no es una acción individual que se hace dentro de la propia habitación, no se basa en un simple acto de voluntad. La responsabilidad se basa en una relación y la primera gran relación es tener la relación con el mundo. Decidir que el mundo nos concierne y que lo que hacemos, concierne al mundo. Delante de una fractura total, en la modernidad, de los puntos de referencia de aquello que constituía el mundo, para poder hacer una reflexión sobre la "responsabilidad" hace falta "asumir el mundo". Como cristianos es necesario asumirse el mundo a la luz de la Pascua, es decir bendecirlo. “Bendecir significa decir el bien realidad… la realidad son los otros".  Bendecir no es un gesto, es en actitud interior que luego se vuelve también gesto o rito: es contar con verdad la realidad." (Johnny Dotty). Creo que sea el paso siguiente a la conciencia de quien se siente estructuralmente ligado a la realidad, no se siente abstraído de ella; siente que proviene de la vida y la bendice. Es posible bendecir en la medida en que uno se siente estructuralmente ligado al contexto, allí donde se vive.

La responsabilidad, por lo tanto, es relación con el otro. Hay relación con respecto al mundo y hay relación con respecto a los otros. No da una responsabilidad respeto sólo a sí mismo, se da respecto al mundo, respecto a los otros. Es decir que se la asume con los otros. Si el tema es vivificar el carisma, el carisma no es descargable sobre el josefino de turno. También él como cada laico, tiene necesidad de ser vivificado por el carisma y para hacer esto sirve también la responsabilidad de cada uno, lo que quiere decir tener una responsabilidad relacional real, concreta. Estamos llamados en conjunto a encontrar, afrontando la fatiga de buscar juntos algo; nadie lo puede hacer solo.

Los proyectos de acogida que están actuando en el mundo como realidad carismática y apostólica ya no son cosas que conciernen solamente los "Josefinos" o de las “Murialdinas”; no son de la  "congregación", sino "de los josefinos/murialdinas y de los laicos" que, en un preciso contexto geográfico e histórico, viven la misma vida cristiana, la propia experiencia eclesial, el mismo testimonio evangélico, sustentados y orientados por el carisma de Murialdo. Y en esto es fácilmente comprensible la fatiga de los religiosos, acostumbrados a considerarse legítimamente como "dueños" y "responsables" de las actividades educativas, a cambiar mentalidad; y los laicos, crecidos hasta ahora con la mentalidad del ‘buen colaborador”, probablemente tendrán igual fatiga para sentirse responsables hasta el fondo de la gestión de alguna de las actividades educativas o de acogida. "La corresponsabilidad involucra la ‘pertenencia’ a una obra: la obra me pertenece y yo pertenezco a la obra: por esto me siento corresponsable"(L. Sibona). La corresponsabilidad, antes que un hecho técnico, es una especie de implicación, a lo mejor inicial, informal, indefinida, por la cual la actividad /obra no son ante todo algo que "administrar", sino lugares que se ligan a valores y a ideales: la obra es "signo" de una historia más amplia; la obra también es el lugar de un crecimiento personal en clave de fe, de testimonio evangélico; la obra es el lugar del encuentro con la riqueza de un carisma. En la corresponsabilidad se invierte algo de la misma vida (ideales, opciones de fe, ansiedad y empeño apostólico, orientaciones carismáticas), aún cuando no se desarrolle ningún "servicio" o "trabajo" particular en la obra.

La responsabilidad se basa en el “gusto”’ de la responsabilidad, sobre el gusto de haberse “casado” con  aquella cosa, eres ‘res-sponsalis’.

¿Y nosotros nos hemos “casado” con la realidad en la que estamos?

 

La última parte de nuestra reflexión empuja a cada "familia murialdina" que actúa en un preciso contexto al servicio de los últimos a "dilatarse" desde el carisma a la misión, de la comunión al"trabajo en red". El carisma viene del Espíritu, el carisma se da desde la eternidad; la misión viene de la historia y se reformula continuamente. El carisma tiene que ver con el “Absoluto”, la misión tiene que ver con lo “relativo”, en el sentido etimológico del término, es decir con cuánto está relacionado al contexto. La última Conferencia Interprovincial (Siguenza 2009), empujó a "animar y sustentar las iniciativas que actúan las nuevas metodologías de la pastoral: trabajo en equipo, trabajo en red, trabajo por proyectos, sinergía con el territorio" (n.8).

Analizar, comprender y discutir "la intervención en red" dentro del trabajo social, constituye una modalidad nueva en cuanto permite de encontrar y concertar respuestas eficaces a las diferentes necesidades. El interés por el trabajo de red brota de una atenta lectura de la situación organizativa en que se encuentran los servicios sociales, tanto en Italia como en las restantes partes del mundo. Servicios y operadores sociales no tienen siempre conciencia sobre la fundamental importancia del trabajar por la bandera de la integración y la concertación de los recursos disponibles. No se toma siempre conciencia de las numerosas posibilidades de cuidado y atención que pueden venir partiendo desde "abajo", es decir, partiendo de las necesidades efectivas del territorio, haciendo "red" alrededor del malestar social evitando, así, que pueda transformarme en exclusión social.

Las redes sociales están no sólo al centro de un interés creciente de parte de quien se propone hacer investigación y estudios profundos, sino también de parte de quien actúa y experimenta las teorías en el "campo" -operadores sociales en general y asistentes sociales en particular-. En efecto, los que trabajan en lo social, los profesionales pero no sólo ellos, redescubriendo y valorizando los "retículos sociales" son estimulados a interactuar con ellos para que las situaciones de necesidad no sean solucionadas sólo por el esfuerzo técnico y formal de los servicios, sino también por la acción conjunta de otras relaciones de ayuda formales e informales.

La intervención en red es una nueva estrategia, un nuevo modo de pensar el trabajo social. El operador valorizando la acción de los lazos naturales de los sujetos ("redes informales")y los recursos de las relaciones inter-profesionales entre los servicios ("redes formales"),trata de acompañar y estimular un proceso de crecimiento y autonomía de las redes, que llevará no sólo "bienestar" a las personas en dificultad sino también a la entera colectividad.

De las experiencias de campo se percibe que raramente las nuevas necesidades sociales encuentran satisfacción por la intervención realizada por parte de una única figura profesional. Tales necesidades requieren el desarrollo de un trabajo por proyectos donde cada  usuario se vea implicado en la construcción de un programa personalizado en el que las diversas profesiones - pertenecientes a un mismo servicio, equipo o procedentes de instituciones y agencias diferentes - aportan la propia contribución.

Dos observaciones pueden llevarnos a concluir: la primera es que la "familia murialdina" puede interpretar estratégicamente la función de acompañar y sustentar "en red" nuestros servicios a los últimos en un preciso contexto local. Más las uniones dentro de la familia son fuertes, más la cohesión es robusta, más se puede incidir en el territorio y promover un cambio de mentalidad en la sociedad. La segunda observación es un dato ya indiscutido: no podemos pensarnos solos para actuar en el mundo de lo social y del servicio a los últimos. Estamos llamados a superar las barreras burocráticas, la presunción de ser los únicos buenos para hacer algo a favor de los jóvenes y de los “más pobres". Estamos invitados más bien a construir alianzas, a entretejer redes con quienes de diversas maneras comparten la pasión por los últimos.

Parece verdaderamente que el tiempo de los héroes solitarios en los desiertos educativos se ha acabado.

 

P. Giuseppe Rainone

Superiore Provinciale

USA - México
 

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