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Credencial de valores para una acogida josefino-murialdina en México

 
“Nosotros tenemos el cuidado de aquellos que son los más precios en la sociedad: es decir los niños. Y lo que es más precioso en los niños es el corazón. Pues bien, es la educación del corazón aquella que nosotros tenemos que atender.” (S. Leonardo Murialdo)

 

OBJETIVO: Para que el recorrido que vamos a emprender sea siempre un modelo presente y compartido por quien –formadores, colaboradores, trabajadores, familias y jóvenes- se reconoce hoy como entonces, en sus valores más auténticos.

 
LEER LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Actualizar las palabras que han dado origen a un carisma y a una familia.

“Nosotros encontramos razones especiales para alegrarnos de nuestra misión, razones sacadas de la naturaleza de los jóvenes a los que particularmente nos dedicamos. ¿Cuáles son estas razones? Pobres y abandonados: he aquí los dos requisitos que constituyen a un joven como uno de los nuestros, y cuanto más pobre y abandonado, tanto más es de los nuestros. 

Laicos y religiosos que saben escuchar las necesidades de la sociedad, y después: interesarse, presentarse como amigos, saber recibir lecciones de la pobreza y de los pobres. Atendemos a los pobres, a los muchachos, a los hijos del pueblo, en los oratorios, las escuelas, los patronatos de los aprendices; pero por los jóvenes obreros que apenas entran en el mundo del trabajo, ¿qué se hace?...”

“A necesidades  nuevas, obras nuevas”…

Estas palabras de S. Leonardo Murialdo , con poco más de veinte años, son una intuición todavía actual y que hay que mantener viva, actualizándola con iniciativas adecuadas a los jóvenes y a la sociedad de hoy, según lo que él nos ha sugerido: “leer los signos de los tiempos”.

 
LA FAMILIA de SLM como FAMILIA EDUCADORA

El espíritu de familia es la característica principal de la acción educativa murialdina: toda iniciativa formativa, social, pastoral y misionera, debe comprometerse en ello.

La Familia educadora está formada por las comunidades religiosas (josefinos y murialdinas), por los laicos, por los jóvenes y por las familias de los muchachos presentes en los centros sociales y en las actividades educativas.

Su acción, plenamente compartida por todos los miembros, tiende al servicio entendido como crecimiento integral de los muchachos y de los jóvenes, también y sobre todo a través de la creación de vínculos de estima, afecto y colaboración.

Estos valores se resumen en el lema: “un mismo pensar, un solo corazón, unión en la actividad y unidos en la amistad”.

Este estilo de familia se caracteriza por:

·       la entrega total de sí mismos a los jóvenes;

·       la  afabilidad en los sentimientos, en la palabra y en el comportamiento, que proviene de la convicción de que Dios ama a cada uno con ternura;

·       la paciencia, que surge de la convicción de que Dios es amor misericordioso, y del conocimiento real de los jóvenes,

·       el saber esperar a que maduren;

·       el trabajo humilde y escondido que incide como la gota agua sobre la roca;

·       el compromiso en el “hacer bien el bien que hay que hacer”

 

LA CENTRALIDAD DEL CHAVO

Los chavos y jóvenes, su formación humana, espiritual, cultural y profesional deben ser el eje y el punto de encuentro de todas las iniciativas de la comunidad educativa murialdina.

La centralidad de la persona, en la acción educativa, formativa y pastoral de las obras de Murialdo, presupone que todos los colaboradores crean en las cualidades ínsitas en el joven, ofreciéndoles las mejores oportunidades para su crecimiento humano y profesional, respetando sus actitudes e intereses.

Hay que centrar la acción educativa del muchacho y poner en acto una pedagogía preventiva, para que ninguno de ellos pueda caer bajo el dominio de valores efímeros. La pedagogía de la prevención solamente tiene su razón de ser e importancia exponencial si entre el educador y el muchacho se instaura el principio concreto de cooperación: “¡juntos se puede!”.

La centralidad del muchacho presupone ofrecer estructuras, instrumentos y tecnologías adecuadas para acompañarlo en la evolución de su experiencia personal y profesional.

En este sentido, la atención formativa del educador y del formador, fundamentada en un testimonio de vida también en su dimensión comunitaria, llevará a hacer emerger las riquezas que lleva dentro de sí cada muchacho, especialmente el que es más “pobre y abandonado”, e intentará integrar, en su recorrido de madurez, las capacidades que surgen de la fe, las capacidades humanas y profesionales.

Mientras sean los mismos jóvenes los protagonistas en la realización de su proyecto de vida, la comunidad educadora está llamada a una nueva evangelización como testigos gozosos y fieles.

 

LAS EXIGENCIAS DE NUESTROS  MUCHACHOS

Los muchachos de hoy tienen necesidad de ser escuchados y de recibir respuestas fuertes a sus exigencias. Y esas se volverán un apoyo seguro para su crecimiento integral.

La realidad juvenil de hoy, se caracteriza  por sugestiones fuertes de riesgo y por grandes potencialidades que no siempre tienen la oportunidad de expresarse, y que pueden caracterizarse por las siguientes necesidades y exigencias:

·    de certezas y de seguridad: “proporcionarles puntos firmes de referencia”,

·    de creer en sí mismos y en sus cualidades: “apoyarles en las preguntas sobre sí mismos de modo que puedan encontrar sus propios puntos fuertes y los que están evolucionando”,

·    de respeto de la gradualidad de su crecimiento: “darles la seguridad de que les amamos así como son en este preciso momento”,

·    de tener la posibilidad de aprender de los éxitos: “hacerles vivir la belleza de experimentar lo hermoso, lo bueno, lo grande a través de sus propios éxitos y los de los demás”,

·    de garantizar el derecho a un futuro cierto. “Invitarles a amar la cultura de la legalidad, de la paz, de la justicia, del trabajo para vivir con un rol activo en la sociedad del conocimiento”,

·    de creer en los valores: “ayudarles a alejarse de lo que es efímero, de los halagos, y empujarles a ser y no a parecer”.

Los jóvenes tienen necesidad de ser escuchados y por lo tanto, necesitan educadores, formadores, que sean amorosos, pacientes, comprometidos e instruidos, para poder vencer el desafío de tener jóvenes que“acogen, ayudan, se sienten pertenecer, se sienten amados, abiertos al diálogo y a la esperanza”.

 

LA COMUNIDAD EDUCATIVA

La comunidad educativa murialdina posee un tesoro precioso: la enseñanza y la experiencia de Murialdo. Actualizados en relación al muchacho y al joven constituyen una fuente inagotable de la que todos pueden beber.

Los Valores humanos, educativos, formativos y religiosos de Murialdo, que todavía mantienen plenamente su significado, pueden ser actualizados en función a una precisa respuesta que hay que dar a las exigencias de los jóvenes y como oferta de formación y espiritualidad para el joven de hoy. Los formadores asumen, en todo esto, una importancia exponencial.

Los valores que enunciamos a continuación son la esencia de la “Credencial” que comprometen a toda la comunidad educativa:

Ø    cada joven es un don de Dios, una riqueza para la sociedad y, por lo tanto, el centro de toda acción educativa, en su globalidad;

Ø    cada joven tiene derecho a un recorrido educativo y formativo, adecuado a sus actitudes y a sus intereses, de modo que pueda alcanzar el éxito formativo, humano y profesional;

Ø    cada joven tiene derecho a realizar su propio proyecto de vida, que comprenda y que integre los aspectos afectivos, humanos, culturales y profesionales;

Ø    cada joven tiene derecho a ser acogido como en una familia y, en un clima de familia, ser acompañado a la autonomía y a insertarse en la sociedad;

Ø    cada joven tiene derecho a vivir la experiencia de ciudadanía más amplia y de convivencia civil que le llevan a ser un ciudadano activo en la sociedad.

Los centros socioeducativos josefino-murialdinos acompañan a los muchachos y jóvenes en el crecimiento y en la maduración integral, a través unas actitudes:

·      vivir la relación educativa (“ser amigo, hermano y padre”), comprometiéndose afectivamente, renunciando a dinámicas de fuerza, de poder, de roles, para alcanzar el corazón del otro porque “la educación  se refiere al corazón”;

·       actuar en la pedagogía de lo cotidiano (“hacer y callar”), instaurando en lo ordinario, en el momento presente, una relación verdadera y autentica, donde es posible hacer que los muchachos sean participes de la vida real y ayudarles a madurar el sentido de la responsabilidad hacia sí mismos y hacia los demás;

·       lograr la meta de la autonomía y de la reciprocidad (“buenos cristianos y honrados ciudadanos”), reconociendo el momento de la autonomía, de la madurez, en el paso del amar a dejarse amar y ofreciendo la posibilidad de trasladar la relación educativa en un piano de paridad, trasmitiendo un mensaje eficaz de estima;

·       obrar con competencia (“hacer el bien, pero hacerlo bien”), concientes que el actuar educativo requiere unas instrumentos, un lenguaje compartido, acuerdo sobre los valores a transmitir y las metas alcanzar.

·       En el respecto del muchacho y de su familia (“con modales no humillantes, no ofensivas con palabras no villanas”), conservando y valorizando en cada momento su sentido de pertenencia, tanto si su familia hace posible una reunificación, como si se perfilan otros itinerarios de crecimiento y de autonomía.

El joven es ayudado a vivir la comunidad eclesial, a través de las experiencias que tienden a:

·       compartir las “maravillas de Dios”,

·       experimentar los valores evangélicos de la amistad y de la comunidad,

·       desarrollar el diálogo, la colaboración y el protagonismo sabiendo claramente que se pertenece a “una familia murialdina muy unida” en la iglesia particular, en comunión con la misión universal.

Con la convicción de que el progreso en la espiritualidad, en la formación y en la cultura es un camino formativo.

 

EL MÉTODO DEL ENCUENTRO MURIALDINO

La comunidad educativa no espera ser buscada: va al encuentro, dialoga, escucha, hace crecer, respeta, testimonia y sabe esperar que la semilla dé sus frutos.

Los valores descritos en la “Credencial”, como respuesta a las exigencias de los jóvenes de hoy deben ser “encarnados” y continuamente actualizados por quienes siguen adelante con el carisma del Fundador, es decir la comunidad educativa, toda ella comprometida en el camino que lleva al muchacho a su plena madurez humana y profesional.

Los religiosos, los laicos, los educadores y formadores, aun habiendo madurado a lo largo de los años métodos e instrumentos de acogida y de educación, deberán continuamente adaptar la metodología siguiendo las siguientes acciones principales:

Ø    en el centro de las actividades del educador debe estar el muchacho con la riqueza de todos sus aspectos: de él “deben conocer el carácter y la moralidad”;

Ø    ir al encuentro de los jóvenes, sabiéndoles acoger con todos sus problemas, dificultades y riquezas;

Ø    saber dialogar con los jóvenes, sin imponer la propia verdad, sino sabiéndola hacer surgir de sus experiencias;

Ø    ser significativos en el mensaje afectivo, cultural y formativo que se da; de modo que se induzca a convicciones profundas a los jóvenes;

Ø    hacer madurar las motivaciones insertas en los jóvenes, distinguiéndolas con espíritu crítico, para unas decisiones motivadas y profundas en el propio camino de la vida;

Ø    saber respetar la gradualidad del crecimiento de los jóvenes: la evolución del propio método de aprendizaje, de  la asunción de las convicciones, de la libertad de sus opciones;

Ø    vivir concretamente la elección de itinerarios educativos, funcionales para adquirir algunos valores particulares de parte de los jóvenes, siguiendo a los muchachos individualmente y personalmente;

Ø    ser testigos del mensaje humano y cristiano, respetando las diversas culturas y las diversas proveniencias;

Ø    crear las condiciones para una formación continua de los educadores, sea laicos como religiosos, para una renovación profunda de los propios ideales de servicio y de respuesta al carisma;

Ø    saber ofrecer a los jóvenes calidad de vida a través de un clima sereno en el ambiente formativo;

Ø    saber ser en la propia acción educativa con los jóvenes “amigo, hermano y padre”;

Ø    tener en la propia acción educativa la característica de la “extraordinariedad en la ordinariedad”, que tiene como modelo a san José y la vida de la familia de Nazaret en la cotidianidad.

 

MURIALDO VIVE

UN ESTILO EJEMPLAR

LOS VERDADEROS VALORES

SIEMPRE ESTÁN A MANO
 
 

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